Por José Manuel Villalpando
Secretario Académico.
Cuando un egresado de la Escuela Libre de Derecho, cualquiera que sea la época en que haya recibido su título de abogado, regresa al plantel donde trascurrieron sus años estudiantiles, de inmediato se apodera de él una cierta sensación de imperturbable continuidad y tradición.
En efecto, le es suficiente con platicar un poco con los alumnos actuales, o con los maestros jóvenes o incluso con aquellos que son sus contemporáneos, para darse cuenta de inmediato de lo poco que cambian algunas cosas: comprobará que las experiencias gratificantes y también las dolorosas de los alumnos de ayer, son casi idénticas a las que gozan y padecen los de hoy. Inmutable al tiempo, en la Libre solo el cambio de personas, de protagonistas, indican la renovación natural de una Institución que mira a su pasado con respeto y casi veneración, pero sobre todo, como algo real y presente, como la “asamblea de vivos y muertos” consignada en una de nuestras frases más simbólicas.
Esta sensación de permanente actualización de una antigüedad que no nos es lejana, sino al contrario, cercanísimamente propia, es tan importante en el recuerdo de quien evoca, como lo es también para los jóvenes de nuevo ingreso que al recorrer los pasillos del edificio escolar, leen en las puertas de los salones de clase los nombres de prestigiados maestros de antaño y se estremecen al sentir las miradas de la galería pictórica de nuestros rectores que circundan el aula de exámenes profesionales.
Pero tanto el egresado de ayer como el alumno de hoy saben perfectamente que esa tradición cuenta como piedra angular y soporte, el sólido arraigo que en la Libre tienen dos cuestiones esenciales: la lealtad inalterable a los principios fundacionales y el invariable e inamovible sistema educativo y de evaluación.
La afortunada conjunción de estos dos valores, mantenidos incólumes durante ya ciento cinco años, son los que han concedido a la Escuela la reputación y fama pública con que la sociedad mexicana mira y admira a esta Institución formadora de abogados. En efecto, la Libre es bien conocida por la alta calidad de sus egresados porque se presupone, con razón, que quien haya transitado en ella los cinco años que dura la carrera, posee las cualidades que harán de esa persona un buen abogado, en realidad un magnífico abogado.
Única e irrepetible como se ha dicho, la Escuela Libre de Derecho es producto de un episodio que ya ha sido suficientemente narrado y explicado, sucedido en 1912, cuando una huelga estudiantil —azuzada por los profesores— llevó a la fundación de la Escuela.
Sin embargo, más allá de este anecdótico y romántico inicio —episodio con el que se contentan la mayoría de quienes escriben sobre nuestra historia—, la perspectiva de más de un siglo transcurrido permite distinguir cuatro grandes etapas en la evolución de la Libre en las que, eso sí, las diferencias las marcan aquellas condicionantes materiales —como sus inmuebles— o bien las distintas actitudes hacia los fenómenos políticos, jurídicos y educativos, pero siempre y en todo caso, sin que haya merma ni desviaciones, pues se han conservado intactos los principios fundacionales, (tales como la independencia del poder público, de las cuestiones políticas, religiosas o mercantiles, la gratuidad del servicio del profesorado, el nada oneroso costo de la colegiatura) y también, sin variación alguna se ha mantenido el sistema educativo y de evaluación (como los cursos anuales, la exigencia a la asiduidad, los exámenes orales con sinodales, un límite específicamente breve al número de materias reprobadas, la presentación de una tesis profesional).
Igual e idéntica siempre en sus valores, la Escuela Libre de Derecho está orgullosa de su pasado y tiene confianza en el porvenir.
Por supuesto, en estos tiempos en los que ya no existe una “historia oficial” —y la Libre tampoco la tiene— es posible emprender un intento personal por recrear su pasado, para proponer una interpretación diferente a las que circulan basadas en leyendas.
Por eso puedo afirmar que luego de un errático inicio que hizo proferir a Luis Méndez aquella lapidaria frase de que “la Escuela no duraría más de una temporada de lluvias”, la Escuela Libre de Derecho encontró su salvación y guía en la figura de Emilio Rabasa, quien redactó la exposición de motivos y el estatuto original, pero además fue el promotor al rechazo que la Junta General de Profesores hiciera al ofrecimiento de reconocimiento oficial que el régimen huertista formulara a la Escuela; Rabasa consiguió con ello que la Libre sobreviviera al vendaval revolucionario y se consolidara como la primera institución de educación superior particular en nuestro país.
Luego, diversas mudanzas de edificios, ninguno propio, de las calles de Donceles a las del Carmen y más tarde a Puente de Alvarado no impidieron que la Escuela, a pesar de su poco alumnado y bajo la estricta supervisión de don Emilio, fuera ganando renombre social: para el año de 1928, al celebrarse el proceso judicial más importante de la historia contemporánea, el de los asesinos del presidente electo Álvaro Obregón, la fama de la Escuela Libre de Derecho estaba ya cimentada en la actuación destacada de sus egresados, pues tanto los abogados de la parte acusadora como los de la defensa, formaban parte de nuestra comunidad de profesores y alumnos egresados.
Ese mismo año, Emilio Portes Gil, otro egresado de la Escuela, tomaría posesión como presidente de la República y ante él, Emilio Rabasa gestionó y obtuvo el decreto presidencial que ampara y reconoce como válidos, los estudios de abogado que se cursan en la Libre.
Casi veinte años, los primeros de nuestra historia como institución, fueron presididos por la presencia vigorosa de Rabasa, quien la dotó de los ideales prácticos que le han dado personalidad y prestigio nacional e internacional.
El siguiente periodo de nuestra más que centenaria trayectoria se caracterizó por la actitud de la Escuela, deliberada, de acumular prestigio sin alharacas, concentrada en su misión de enseñar el derecho sin perder su característica original: la de ser una Escuela pequeña y austera, en la que el rigor y la seriedad de sus estudios fueron la nota distintiva, pues fue precisamente en esta época cuando se estableció el severo sistema de exámenes orales, que nos dan identidad y calidad.
Al mismo tiempo, y a propósito, la Libre resolvió mantener un “bajo perfil”, necesario como repliegue estratégico para contener y derrotar las intentonas del estado revolucionario mexicano que, con base en la reforma constitucional que estableció la educación socialista, arremetió contra la Escuela Libre de Derecho para someterla, sin tomar en cuenta los derechos otorgados y adquiridos por el Decreto Presidencial de 1930 ni considerar que no podían aplicarse retroactivamente las nuevas leyes en virtud de que la Libre se fundó conforme a los principios de la Constitución de 1857, que garantizaba la libertad de enseñanza. Dos juicios de amparo —en 1932 y 1934— fueron tramitados por la Libre y en ambos se obtuvo sentencia favorable, confirmando el más alto tribunal del país nuestra independencia y nuestra libertad. Sin embargo, fue indispensable actuar a partir de entonces con prudencia y discreción y por ello, los rectores de entonces optaron por la serena dedicación de la Escuela a su misión primitiva y primigenia: la educación.
Pero para 1949 un acontecimiento notable sacudió a la comunidad de la Libre: la compra del primer inmueble destinado a ella, el de la calle de Basilio Badillo, gracias a la iniciativa del rector Germán Fernández del Castillo, comenzando así una época que hoy todavía muchos egresados antiguos califican como la “edad de oro” de la Libre, la del medio centenario celebrado en 1962, y que reunió todavía a los fundadores sobrevivientes y que constituyó un motivo especial de satisfacción que se prolongaría hasta 1972 y que tendría como eje aglutinador a dos recias figuras: la del maestro Manuel Herrera y Lasso quien asumió el papel de ser la autoridad “moral” de la institución, y la del rector Gustavo R. Velasco, quien por once años dirigiría los destinos de la Escuela, ejerciendo el poder interno sin disidencia en una época en la que en México también experimentaba la misma forma autocrática de gobierno.
Los vientos de cambio llegaron físicamente a partir de 1972, con la construcción del edificio escolar de la calle de Doctor Vértiz, auspiciado por los rectores David Casares Nicolín y Raúl F. Cárdenas, pero que en realidad comenzaron un poco antes, desde 1968, cuando la Libre se mantuvo al margen del movimiento estudiantil de ese año, conducta de la que resultarían varias consecuencias, una de ella la donación por parte del gobierno federal del predio aludido como una especie de premio por nuestro “buen comportamiento” y la otra, el incremento de la demanda de ingreso, en virtud de los problemas que enfrentó la Facultad de Derecho de nuestra máxima casa de estudios.
La Escuela conmemoró por entonces sus primeros setenta y cinco años de existencia y para adentrarse en otros campos de la difusión del saber jurídico, el rector José Luis de la Peza dispuso la apertura de un incipiente instituto de investigaciones jurídicas.
Por esos mismos años, la aparición de otras escuelas y universidades particulares que ofertaban la licenciatura en derecho, contribuyó a que la Libre abandonara la prudencial táctica del enclaustramiento para salir a competir al mercado no solo con nuestro tradicional producto de excelencia: la formación de abogados, que bien consolidado y firme es el referente nacional de una buena y exigente educación jurídica —tanto que se mantiene un alto porcentaje de alumnos provenientes de todos los rincones del país—, sino también con una novedosa propuesta de cursos de posgrado, conseguida durante el rectorado, renovador de los hábitos de antaño, de Fausto Rico Álvarez.
El éxito de esta nueva actitud de la Escuela, que se mantuvo fiel a sus principios y a su sistema en medio de la competencia, fue tan grande que motivó a que el siguiente rector, Miguel Ángel Hernández Romo, consiguiera la ampliación del área física con los antiguos edificios de estilo militar colindantes, mientras que el rector Mario Alberto Becerra Pocoroba los restauró, además de que con gran empeño modernizó por completo el edificio original, logrando la integración de todos los predios y la elegante y funcional distribución de los diversos espacios escolares, desde, las aulas hasta los auditorios y biblioteca.
La cuarta etapa de la historia de la Escuela Libre de Derecho —y que continúa hoy en día— se inicia con el rectorado de Ignacio Morales Lechuga, en el año de 2004, cuando se establece, con todo y reconocimiento oficial, la maestría en Derecho pero, sobre todo, cuando se reforman el estatuto, el acta constitutiva y el reglamento general de la Escuela, ratificando la adhesión a los valores esenciales de la misma —sus principios fundacionales y su sistema educativo y de evaluación— pero se modernizan sus relaciones orgánicas y sus procedimientos de representación y gobierno.
Luego del rectorado de Jorge Gaxiola Moraila, cuyo énfasis fue revisar el plan de estudios, al rector Fauzi Hamdan Amad, correspondió celebrar el centésimo aniversario de nuestra Escuela —ocasión de realce encabezada por un presidente de la República egresado de nuestras aulas: Felipe Calderón Hinojosa—, a la vez que abrió nuevas ventanas de oportunidad al establecerse relaciones con otras instituciones de México y del extranjero, promoverse nuevos cursos de posgrado y crearse la maestría en Derecho Laboral.
Vale la pena destacar que se dio vida, de nueva cuenta, al centro de investigación jurídica, que publicó una obra enciclopédica en más de cincuenta volúmenes.
La vida democrática institucional de la Libre, vigente desde 1912, volvió a funcionar como siempre, con el voto libre y todos los profesores, eligiéndose como rector a Luis Manuel Díaz Mirón Álvarez, con quien se renovó el plan de estudios de la licenciatura para permitir el equilibrio entre la enseñanza teórica —en las aulas— y el aprendizaje práctico —como pasantes— de nuestros alumnos. también, en este tiempo se ha fortalecido la presencia de la Escuela en diversos foros y conferencias, así como en la realización de cursos especiales para entidades del sector público y privado, además de que se ha instituido la maestría en Derecho Constitucional y se inicia la de Derecho Privado, estando ya en preparación la apertura del doctorado, todo ello en el marco de una realidad educativa muy competida, en la que la Libre ha conseguido su acreditación por parte de nuestros pares y ha alcanzado el primer lugar en las encuestas nacionales de calidad en la enseñanza del derecho. En noviembre de 2018, fue electo como Rector Ricardo Antonio Silva Díaz, con quien la historia de la Escuela continúa.
Esta es la visión histórica —sintética sí, pero completa— de la Escuela Libre de Derecho que puede deducirse desde un ejercicio de perspectiva tomando como referente al tiempo y a los hombres que en él han actuado.
Pero más allá de los distintos tramos de su evolución ya descritos, el alumno de hoy puede conectarse de manera muy sencilla con el pasado y con la tradición: solo necesita adoptar los principios fundacionales y adaptarse al sistema educativo; lo demás viene por añadidura, particularmente la sensación y la experiencia de convivir con el pasado grandioso de la Escuela, que está no solo en los muros sino en la plática con los mayores, en la cátedra diaria, en la referencia cotidiana. Los maestros son ese vehículo que conduce indefectiblemente a un ayer que se continúa en el ahora y que seguirá vivo en el mañana.
Un ejemplo de esta comunicación de ya ciento cinco años es la participación de eminentes maestros que han rondado el medio siglo de prestar sus servicios ininterrumpidos a nuestra Escuela, desde Manuel Herrera y Lasso, que fue alumno fundador, pasando por Gustavo R. Velasco, por Graciano Contreras, por Ramón Sánchez Medal, por José Luis de la Peza, por Manuel Lizardi Albarrán, por José Becerra Bautista, por Carlos Sánchez Mejorada, todos ellos ya en nuestra memoria y que fueron los maestros de quienes en nuestro tiempo han perseverado en esa misma línea de vocación ininterrumpida por cinco décadas: Fausto Rico Álvarez, Francisco de Icaza Dufour, Mauricio Oropeza y Segura, Ignacio Soto Borja y acercándose a ellas, Fauzi Hamdan Amad y Francisco José Simón Conejos. Todo este elenco tiene ya brillantes sucesores, pues son decenas los maestros que cumplen más de cuarenta y más de treinta años de prestar, honorariamente, sus servicios como docentes en la Libre.
La continuidad de la tradición está asegurada mientras existan maestros que quieran enseñar y alumnos que quieran aprender, todos bajo la perenne y constante voluntad de perseverar en el cumplimento exacto y escrupuloso de nuestros principios fundacionales y en el estricto, riguroso e inflexible sistema educativo y de evaluación.
Eso es lo que nos ha dado la permanencia, es lo que nos ha dado nuestro sello distintivo, es lo que nos ha dado reconocimiento y prestigio y, por lo tanto, es lo que nos dará futuro y un porvenir en la formación de “abogados capaces y morales al servicio de la patria mexicana” como dijera uno de nuestros grandes maestros.
La Escuela Libre de Derecho tiene su domicilio en la Ciudad de México, y NO TIENE NI RECONOCE ALGUNA OTRA SEDE, establecimiento, sucursal, franquicia o representación, en algún otro lugar de la República o del extranjero.
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